La rosácea es una afección que se produce en la piel y que puede ser complicada de diagnosticar. Es una afección que destaca por generar enrojecimiento en algunas zonas del rostro, pero existen distintos síntoma, ya que existen diferentes tipos de rosácea.

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¿Qué es la rosácea?

¿Alguna vez has notado erupciones cutáneas, sensación de quemazón o granitos visibles en la piel de la nariz, la frente, los pómulos o el mentón? Si es así, posiblemente se trate de rosácea, un trastorno infamatorio facial. No obstante, a raíz de los efectos producidos puede identificarse un tipo u otro de rosácea.

Las afecciones como el acné, la rosácea, la utopía, entre otras, se encuentran clasificadas como intolerancias patológicas de la piel. ¿Qué quiere decir esto? Se trata de reacciones excesivas que se producen tras la exposición a agentes externos como el frío o la calor, además de influir otros factores como la higiene o el uso de determinados productos de cosmética. Según diversos estudios, los distintos tipos de rosácea pueden afectar a cualquier persona, aunque es común que esté presente en mujeres de mediana edad y con piel clara.

¿Cómo saber qué tipo de rosácea tengo?

En ocasiones, la rosácea se confunde con el acné, la dermatitis o la sensibilidad de la piel. La realidad es que este problema debe ser tratado por un especialista en dermatología para aplicar la intervención adecuada y evitar su sintomatología. Podemos  identificar 4 tipos de rosácea, cada uno de ellos con ciertos síntomas y tratamientos determinados.

Rosácea Eritematosa- Telangiectásica

El síntoma más notorio es la piel del rostro enrojecida, sobre todo la parte de las mejillas y la nariz. La piel se inflama y es muy sensible al tacto, por lo que puede doler fácilmente o producir ardor en esa zona. Este brote se diferencia de los demás y es característico por la aparición de leves vasos sanguíneos dilatados en esa parte. La rosácea eritematosa es la más común y puede recibir un tratamiento sencillo del que hablaremos más adelante.

Rosácea Pápulo-Pustulosa

La rojez también está presente, aunque es menos intenso que el caso anterior. En este caso, sí que la rosácea va acompañada de granos dando la apariencia del acné. Los brotes son comunes en el rostro, pero también se experimentan en el cuello y el pecho. Si no se trata la rosácea pápulo-pustulosa, los brotes irán generándose con síntomas más graves con el tiempo. Cuando los síntomas disminuyen, la piel tiene un aspecto graso.

Rosácea fimatosa

Este es uno de los tipos de rosácea que se caracteriza por el engrosamiento gradual de las zonas afectadas en la piel. A diferencia de la anterior, no es un engrosamiento local, sino que se genera progresivamente en regiones enteras de la piel del rostro. Esto sucede porque las glándulas sebáceas se inflaman. En una rosácea fimatosa la piel se muestra rugosa, con arañas vasculares rotas, bultos internos y los poros muy dilatados.

Rosácea ocular

También conocida como rosácea tipo 4, la rosácea ocular afecta a los párpados, pestañas y ojos. Asimismo, puede presentarse en presencia o no de la rosácea en la piel. Su foco de actuación es el globo ocular en forma de vasos sanguíneos de mayor tamaño, provocando síntomas como picazón, lagrimeo en los ojos y ardor, además de la inflamación en los párpados y orzuelos.

Por qué se produce la rosácea: ¿cuáles son las causas?

El motivo concreto por el que se presenta esta afección es desconocida, aunque se sospecha que puede estar relacionado con el sistema inmunitario o con factores hereditarios. También se puede deber a factores externos. Eso sí, lo que está claro es que no tiene nada que ver con una mala higiene y no se contagia.

Entre los aspectos que empeoran los síntomas de la rosácea o los desencadenan encontramos: hábitos de alimentación, tipo de piel, herencia genética, exposición al sol, viento, estrés, fármacos, cambios en las hormonas, entre otros.

Cabe mencionar que los diferentes tipos de rosácea no pueden prevenirse, aunque sí es posible reducir la intensidad de los síntomas. Lo más importante es acudir al especialista al notar los primeros síntomas. Además, es recomendable mantener una hidratación cutánea adecuada, usar protector solar, no emplear productos agresivos con la piel o maquillaje que no sea el adecuado para ese tipo de piel.

Tratamientos para los tipos de rosácea

El tratamiento para la rosácea contiene diversas líneas de actuación para controlar los síntomas y acelerar la recuperación de la piel. Sabemos que la rosácea no tiene cura definitiva, ya que es una patología crónica que aparece por distintos factores. Aun así, con los avances en la ciencia y en la tecnología se han desarrollado varios tratamientos con los que combatir sus signos.

  • Tratamiento tópico: cuando los síntomas son leves, en primer lugar recomiendan utilizar dermocosmética, ya que contribuye a controlar la afección. Los productos dermocosméticos más conocidos en estos casos se componen por metronidazol o ácido zelaico. Para el tipo 1 de rosácea (Eritematosa- Telangiectásica) este es el tratamiento habitual.
  • Antibióticos orales: son específicos para tratar la piel y tienen la finalidad de disminuir la inflamación en un brote. La azitromicina o la tetraciclinas son los antibióticos empleados en estos casos. La duración del tratamiento suele ser de un mes, aunque depende de la intensidad de los síntomas.
  • Láser: cuando existe un agrandamiento de los vasos sanguíneos visible en las mejillas, el mentón y la frente, la mejor solución suele acabar siendo la aplicación del láser de luz pulsada. Aparte de hacer menos visible este síntoma, también ayuda a controlar los brotes de rosácea. Su eficacia es mayor en pieles claras que no están bronceadas. Se trata del tratamiento más usado para la rosácea de tipo 3 (fimatosa) junto a la cirugía.